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Rincón Literario
2 Jul 2014

"Los ojos de Luís" por Mónica Berra

Entró Alicia a la casa desencajada. Cerró la puerta con todas las llaves y trabas que tenía. Se sentó en el piso y dejó la luz apagada. No podía respirar, tenía la boca seca, como cuando corrés y la bocanada de aire penetra arrasando toda humedad. El corazón bombeaba tanta sangre que sentía cómo sus venas y arterias se dilataban a su paso.
Ya no sentía sus pies lastimados. Las piernas y las manos le temblaban por el enorme esfuerzo que acababa de realizar. No podía reaccionar. Todavía estaba en peligro. Quería moverse, pero su cuerpo no le respondía. ¿Había sido un mal sueño? Trató de levantarse. Sólo pudo colocarse de rodillas. Se acercó a la ventana, que todavía estaba abierta. Se asomó. El viento afuera doblaba los árboles que rugían cual gigante en plena lucha, ocasionando un ruido escalofriante. Se tocó la cabeza… la sintió mojada. Sus dedos estaban pegajosos. No podía ver, pero esa consistencia no podía ser otra cosa que sangre. Le dolía, no era un sueño. Comenzó a llorar. La angustia la desvaneció.

El ruido la despertó. No se movió. No sabía de dónde provenía. Nuevamente golpearon la puerta. Se escuchaba la voz de un hombre:
—¡Sé que estás ahí!¡Abrí! —¡No lo podía creer, la había encontrado! No contestó. Lo puso más furioso.
—Sabés que puedo romper la puerta, abrí.

Ella sabía que era capaz de mucho más que eso. Se levantó. Corrió la cortina y espió hacia fuera. Apareció de golpe una persona, pasó sus manos por la reja y la agarró de los pelos. Ella gritó de sorpresa y luego de dolor. Giró como pudo la boca y le mordió la mano. La soltó. Buscó desesperadamente el teléfono que tenía que estar en la mesita al lado del sillón, no lo encontraba. Tanteó en el piso el cable, lo siguió y encontró la base, pero el aparato inalámbrico no estaba. Inmediatamente recordó que lo había dejado en el cuarto antes de salir para el trabajo. Tenía que subir por las escaleras que se encontraban delante de la ventana abierta. Era necesario tomar fuerzas y correr antes de que él intentara romper la puerta. No podía creer que nadie pasara por esa vereda y viera lo que estaba sucediendo, o algún vecino escuchara el escándalo. En un segundo, repasó lo que había vivido al salir del trabajo.

Se había hecho tarde. Su supervisor le había sugerido amablemente que terminara los reportes antes de retirarse del edificio. Su horario de trabajo era de 8 a 18 horas, pero no entendía por qué razón, ese día en particular, su escritorio se había llenado de carpetas para completar. Siempre le había parecido un hombre muy extraño. Callado, amable, pero extraño. Sus ojos detrás de los anteojos mostraban cierta alevosía; cuando se encontraban con los de ella, al instante los cerraba y cambiaban de posición. Su pelo engominado, le daba una apariencia sucia, a pesar de que sus camisas y pantalones siempre se veían perfectos.

Terminó alrededor de las ocho, exhausta. Ya no quedaba nadie en las oficinas, a excepción del personal de limpieza. Bajó por el ascensor. Saludó a José, el señor de vigilancia, quien le abrió la puerta, y en ese momento pudo observar que la esperaba ansiosamente la señora lluvia acompañada de su amigo íntimo, el viento. No tenía paraguas, ni piloto, ni nada que pudiera cubrirla de semejante tormenta. Su casa no quedaba lejos, pero tenía que cruzar un parque bastante importante. Agarró un cartón que estaba al costado de la entrada, se colgó su cartera cruzada y emprendió la partida.

Se internó en el parque, desolado, pero era un camino conocido por lo que no le preocupó. Hasta que…
Sintió unos pasos que corrían detrás suyo, se dio vuelta, pero la lluvia le nublaba la vista y no le permitía ver nada. Siguió su camino. Al momento algo la tumbó y el cartón voló. Se desparramó sobre el pasto. Sintió que alguien la agarraba de los brazos inmovilizándola. Era un hombre. Confundida y asustada tardó en darse cuenta de lo que pasaba. Pero cuando él le dijo: “Alicia, te deseo con todas mis fuerzas. Ahora sí serás mía”, reaccionó. Comenzó a patear para todos lados, tratando de soltarse. Voló un zapato. El hombre trató de besarla. Su aliento pesado, agrio, mojado, le produjo tal arcada que atinó a escupirlo. En ese momento, tal vez por instinto, levantó la rodilla y le pegó justo entre las piernas. Pero no alcanzó para que la soltara. Al contrario, la tomó de los pelos y la golpeó contra el piso. Quedó mareada. Se aflojó un poco y entonces él también lo hizo. Una de sus manos comenzó a manosearla. Ella sintió que un brazo podía moverlo, lo estiró y alcanzó algo que parecía una piedra. Sin dudarlo, lo golpeó con todas sus fuerzas en la cabeza. En un segundo se levantó y comenzó a correr. Sin mirar, se liberó del otro zapato. Zigzagueaba entre los árboles. Era el recorrido que hacía todas las mañanas cuando salía a correr. No paró hasta llegar a su casa.
Al terminar de recordar lo sucedido, dijo en voz alta, sin darse cuenta: “Luis”. Era Luis, su supervisor. Tomó coraje, y se alzó hacia las escaleras. Mientras el acosador gritaba por la ventana:
—Perra, no podés esconderte toda la noche. —Y al verla subir dijo —¿Querés jugar a las escondidas?

Llegó a su habitación, tomó el teléfono y marcó el 911.
—Hola, ¿Cuál es su emergencia?  
—Por favor, ¡alguien me quiere matar!
—Dígame su nombre y dónde se encuentra.
—Apúrese. Alicia, estoy en mi casa, Mitre 453. Afuera está mi supervisor Luis. Quiere entrar y… —bajando su voz— rápido, creo… que ya entró. Dejó el teléfono y fue a cerrar la puerta con llave. Tomó el teléfono, la señorita seguía hablando:
—Hola, ¿Está ahí? Quédese tranquila ya mandé a un patrullero. Hola, ¿Sigue en línea?
—Sí, Sí, por favor, está subiendo las escaleras, de prisa. Ya me atacó en la calle.
—No cuelgue, ya están cerca. Dígame, ¿dónde trabaja?
—¿Le parece que tengo ganas de conversar?
—Usted dijo que es su supervisor, ¿dónde trabaja?
—En López Comunicaciones. Está golpeando la puerta, la va a romper.
De un solo golpe entró. Alicia no sabía qué agarrar para defenderse, atinó a tomar el velador. Pero ya lo tenía sobre ella.
—Dejame, hijo de puta. ¡NO! ¡NO!

El patrullero estacionó. De él bajaron a toda prisa dos efectivos, que al ver la puerta rota, entraron corriendo y subieron con pistola y linterna en mano.

Luis levantó el brazo con el velador, con total convicción de golpearla, cuando…
—Alto, policía. Deje despacio lo que tiene en la mano, y apártese. ¡Ni se le ocurra!
No hace caso y… se escucha un disparo.

Alicia se encuentra recostada en el sofá, a su lado una mujer policía le toma declaración. Bajando por las escaleras, dos paramédicos con una camilla, en ella se halla Luis, herido en el hombro, esposado. Al pasar por la sala sus miradas se encuentran. Detrás de los anteojos, él cierra los ojos y los cambia de posición.

Mónica Berra es integrante del Taller literario de Marianela.

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