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Anécdotas
20 Feb 2006

"Juguetes de temporada" por Dante Pena

Quién, alguna vez, no se quedó viendo los barriletes que se colgaban en los kioscos, cada vez que asomaba el otoño?. O las palitas y baldecitos, de plástico o de lata, mezclados entre salvavidas con formas de bichos, cada comienzo de verano?.
Alguien se acuerda de las exhibiciones de YO-YO, que se hacían en los colegios?. O de las nuevas series de figuritas de jugadores de fútbol que cada año salían, dejando obsoletas e inservibles a las del año anterior?.

Cuando uno es chico, todo parece enorme y lejano. Las cuadras larguísimas; los coches, enormes. El patio del colegio se ve como una enorme pista de juegos;. Y las aulas, como interminables cámaras de torturas. Al menos yo lo veía así: cuando era sabedor de todo y un entendido en todas las materias.

En la niñez, los objetos adquieren un significado casi místico. Los juguetes que salían en las propagandas de las revistas Anteojito y Billiken, eran un tónico imprescindible para soportar la histérica y estresante vida de quienes cuentan su edad con los dedos de una sola mano.
Castelar tenía muchas jugueterías. Muchas, si tomamos en cuenta, que en los años setentas, el centro comercial, se extendía a lo largo de dos cuadras en sentido norte-sur, y poco mas de tres en sentido este- oeste. Hoy día, el goteo de locales comerciales, ha superado en una relación de cien a uno a la de viviendas. A todo lo largo de la Avenida Arias. Inclusive más allá de la Avenida Santa Rosa; la cual, por aquéllos años, marcaba el límite entre la civilización y las desconocidas tierras de Ituzaingó.

Recuerdo casi con milimétrica exactitud, la disposición de los juguetes en las estanterías y el suelo de la juguetería " Selecta", o la librería "Guerrero". Los coches de Duravit estacionados por decenas debajo del expositor a la izquierda de la entrada. Y las cajas de juegos de mesa, y de Rasti y Mis ladrillos, en los más altos estantes; detrás del mostrador. O aquéllas intrigantes y carísimas maquetas de aviones, que, alineados entre juegos de química y microscopios; ocupaban el rincón de los entretenimientos para los chicos "mas grandes".

En el fondo, detrás de una columna, muñecas del tamaño de una nena de cuatro años, permanecían quietas y obedientes, dentro de sus cajas con ventanita de celofán; a la espera de que sus dueñas les colocasen esas enormes pilas Eveready; (cuando las pilas eran de color blanco, con el gatito azul), y que se gastaban a los diez minutos de haberlas puesto.

Y finalmente, en la vidriera, aquéllos inolvidables autitos de colección de mil colores. Fabricados en el país. Con modelos de la calle. De nuestra calle. Muy por encima de los cochecitos importados de Estados Unidos, que no nos movían ni un pelo, porque jamás habíamos visto alguno estacionado en la casa de algún amigo o familiar.

Del lado sur, destacaba "La Recova". Y, a la vuelta, la librería "Sarmiento". Con entretenimientos mas serios, y vidrieras llenas de cosas de estudiantes de secundaria; libros, reglas y carísimos compases y balustrines que vaya a saber para qué servían. Pero que hacía que "la Sarmiento", estuviera llena a rebosar, cada comienzo de año lectivo.

Si alguien tenía el suficiente dinero como para comprar un karting o una bicicleta, podías ir a la bicicletería del tano Bruno, casi llegando a la esquina de la mueblería de niños "Luzmari". Allí siempre te atendía el mismísimo Bruno, hablando su idioma particular mezcla de castellano e italiano, con las manos llenas de pegamento para parches, y ese delantal largo y gris que siempre usaba. No era un local muy grande, pero Bruno siempre te regalaba alguna cinta de Boca o de River, o un puñado de gomines para las ruedas.

Antes de que estuviera la Pinturería Pisano, en la avenida Arias, en ese mismo local; había un negocio gigantesco de bicis y kartings. Y si te animabas a ir muy, muy lejos; podías ver los juguetes que había en el supermercado "Canguro", en la esquina de Santa Rosa y Arias, donde íbamos a ver funciones de marionetas gigantes en el Día del Niño. Es mas, si no querías caminar , te tomabas el colectivo del supermercado, que salía desde la estación de Castelar. ¡Y era gratis!. Claro que algunos se hacían los giles, y lo tomaban para no pagar el 269, hasta Los Portones.

Los chicos que no andábamos muy sobrados de dinero en los bolsillos, (con padres en idénticas condiciones), nos comprábamos de a uno, la colección de cochecitos de plástico, de la serie turismo carretera, que colgaban en bolsitas transparentes, en los postes del kiosco "02" de Arias y San Pedro. Los rellenábamos de Plastilina, o masilla robada de los vidrios de las ventanas de las casas, y les poníamos cucharitas (también robadas), para correr carreras en la esquina de la calle Inglaterra y la plaza de Los Españoles. Esto producía algún que otro quebradero de cabeza a las madres, que no se explicaban por que cuando servían el café con leche, jamás había cucharitas suficientes para todas las tazas. Y esa curiosa costumbre que tenían los cristales de las puertas de caerse solos, desprovistos de masilla, cada vez que las puertas se cerraban con algo mas de fuerza de lo habitual.

Puedo recordar el día mas feliz de mi vida compartido con mi familia. El día de reyes del año 1971. Esa mañana aparecieron debajo del arbolito de navidad dos enormes cajas de Rasti, con sus respectivos motorcitos. Afuera la lluvia reinaba, así que todos pasamos el día tirados en el suelo del living, armando cosas con esos ladrillos de colores, que sabían a gloria. Mis padres , abuelos y mi hermano Aliel. Todos juntos, alrededor de una montaña de ilusión en forma de bloques.

En las jugueterías de Castelar, cuando entrabas de la mano de tus padres, sabías que el regalo sería mas o menos el que el presupuesto familiar aconsejara. Así que mejor quedarse quietito, a ver si ligabas algo. Pero si entrabas de la mano de tu abuelo, o de algún tío; la cosa cambiaba; y podías transformarte en un pequeño ogro lloroso, que, abrazando algún juguete de la vidriera, intentaras convencer de lo necesario que era para tu miserable y acongojada vida, ese Mecano, que seguramente terminaría tirado debajo de la cama vieja del galpón; antes de que llegara Semana Santa.

En el mes de Agosto de 2005, en pleno y tórrido verano ibérico; estaba yo plácidamente recorriendo Buenos Aires, de vacaciones. Sus calles de barrio y sus locales. Intentando entender esas cosas que mi viejo me decía acerca de las letras de los tangos. Obviamente lo primero que fui a visitar fue mi barrio de Castelar; pero esta anécdota termina en el Parque Rivadavia, en Primera Junta. Porque era allí donde de pibe me iba, (tren Sarmiento mediante), a cambiar marquillas de cigarrillos, revistas de historietas; y mas de mayor, acompañaba a mi abuelo hasta ese ombú, donde se reunían los filatelistas.

Luego de comprame una Crush que no sabía a Crush, y de zamparme una enorme manzana acaramelada con pochoclo; recorrí los puestos de libros y revistas. Encontré todo muy cambiado. Mas institucionalizado, abundante y sin ese romanticismo del que instalaba su puestito, con dos palos, una lona y el asiento del carro donde transportaba todo el petate. Sin embargo todo estaba mas limpio. Pude ver a varios policías caminar erráticamente por el parque, manos cruzadas en la espalda y cabeza agachada; terriblemente aburridos, recordándonos que ese orden prevalecía gracias a su presencia. En ese momento comprendí que los argentinos somos estrictos hijos del rigor.

Casi al final de la caminata, en el lado este del parque, pude divisar un revuelo de personas alrededor de unos pocos puestos. Al acercarme, curioso, pude comprobar que se trataban de juguetes.

Eran poco mas de diez puestecillos, ordenados en círculo, ocupando todo el sector dedicado a los animales de compañía, (y sus cacas), durante el resto de la semana.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro, cuando en medio del griterío de los vendedores, pude reconocer algunos de los juguetes que se exponían en los puestos: Coches de colección de fabricación Argentina, cajas de Rasti y Mis Ladrillos, pedazos de Mecanos mezclados con montoncitos de figuritas de fútbol y bolitas lecheras. Todo en un estado algo lamentable, pero lleno de historia y melancolía.

-Sheñooooooora!!!!!... A lo juguete de nuestra época ,sheñoooora!!!!...baratito lo cochecito, sheñoooooora!!!...

Yo estaba en medio de un sueño. Aquí y allá , pedazos de juguetes descuartizados. Tal cual yo los tenía en mi caja de cartón debajo de mi cama, cuando era pibe. Todo se vendía. Todo tenía un precio…Pero extrañamente pocas personas compraban algo.

Me acerqué a uno de los feriantes, y le pregunté el precio de dos cochecitos de colección: un Fiat 1500 y un Ami 8, de la Fábrica Mini Buby, inmaculados sobre sus cajitas algo descoloridas.

-Soooonnnn….150 pesho sheñó…
-Cuánto me dijiste pibe?
-150 Pesho.

Después de casi 15 años en España, andaba algo perdido con el cambio actual. En Madrid, el precio de las cosas había variado solo pocos centavos en los últimos 10 años. Pero en mi país, de vez en cuando a los políticos se les ocurría darnos una palada de realidad, y nos ofrecían una política inflacionaria incomprensible para la mayoría de los europeos.
Tomé mi calculadora, convertí esa cifra de Pesos a Euros, y mis ojos se quedaron como los de Bart Simpson cuando su padre lo esta ahorcando…Eran casi 43 Euros!!!

-Disculpáme pibe, pero no te perece un poco caro?
-Son coshe de colesió, papá…ese es el precio.
-Pero con 43 Euros en España yo le compro a mis sobrinos, dos reproductores de MP3 nuevos.
-Ah!!! Shi?, mirá vos…pero en España consheguís dos autitos como éstos , cabeza?
-Creo que no, por ese dinero compraría un par de Mercedes Benz a radio control.
-Entonshe quedáte con lo Mercede, y yo me quedo con lo cochecito esto, que seguro que alguno como vos, pero con mas guita me los compra….Sheñooooooraaaaa, a lo juguete arteshanale sheñoooooraaaaaaa!!!!!!!!

Una auténtica lección de comercio. La sagrada ley de la Oferta y la demanda. Tal vez el pibe este, había conseguido los autitos del fondo de alguna caja del desván de sus tíos. Tal vez los había comprado a algún desesperado padre de familia, que, habiendo vendido todo lo vendible de su casa, había recurrido a los juguetes de su niñez para poder poner un plato de comida en su mesa. Fue cuando me dí cuenta, que ese chico pedía por esos juguetes exactamente lo mismo que el gobierno otorgaba a cada padre de familia desocupado: 150 Pesos.

La manzana acaramelada comenzó a caerme algo pesada... Era la manzana?, o era la sensación de estar sumergido en una de las tantas pequeñas sinrazones criollas?. De todos modos era tarde y tenía que tomarme un taxi para darme una ducha antes de ir a almorzar a lo de mi amigo Rubén.

Miré hacia atrás cuando el taxi arrancó por la avenida Rivadavia, en dirección a la estación de Caballito.

Pude observar el tumulto de personas en las veredas del parque. Algunas llevaban bolsas al hombro, otros pibes cargaban cartones en un carrito. Pero no había chicos con juguetes. Como cuando aún los "pobres" de mi época, teníamos derecho a soñar con esos pedacitos de sueños, que colgaban de los postes de las jugueterías de Castelar.

Desde Madrid. Jugando tirado en el suelo del living, con mi sobrina Julieta; los saluda:

Dante.

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